La «caída» de la torre Windsor
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En 2024 se cumple 50 años del inicio del proyecto de construcción del rascacielos Windsor, en 1974, que sería inaugurado un lustro después, en 1979, en el centro financiero de la capital española, el llamado «Manhattan madrileño», en la zona de Azca.
Se cumple también 19 años desde que aquel fatídico 12 de febrero de 2005 el edificio sufrió un aparatoso incendio que lo convirtió en una tea, en un coloso en llamas a imagen y semejanza de la película de John Guillermin interpretada por Steve McQueen y Paul Newman, que fue estrenada el mismo año 74 en que se comenzó a levantar la estructura de la torre, de 106 metros y 32 plantas, 29 sobre rasante y 3 sótanos.
Los abismos que el destino abre a su paso son insondables. El incendio ocurrió precisamente cuando se terminaban dos años de obras para adecuar el rascacielos a la normativa vigente de seguridad contra incendios. Para ello se había instalado una escalera exterior y, paradójicamente, el sistema antiincendios. Una grúa torre instalada en la azotea para llevar a cabo estos trabajos, a punto estaba de ser desmontada con el final de la remodelación cuando se originó el fuego. Aguantando altísimas temperaturas, se mantuvo enhiesta sobre el esqueleto calcinado del edificio, que quedó totalmente inutilizado, aunque sin llegar a colapsar la estructura. A pesar de soportar las 20 horas que duró el fuego, el Windsor no cayó y pasó a ocupar el puesto 35 entre los 100 edificios más altos del mundo que tuvieron que ser demolidos.
Esta es la historia de aquel suceso que obligó a emplear novedosos sistemas de demolición por control remoto en un rascacielos que era el octavo más alto de la ciudad y estaba valorado en 84 millones de euros (en 2003). La terrible silueta calcinada del antaño elegante Windsor había desaparecido para siempre del paisaje de Madrid. Se especula que su demolición alcanzó los 25 millones de coste. Sobre las cenizas del rey muerto se erigió después el rey puesto: la torre Titania.
El Windsor, propiedad de la familia Rayzábal
En el año 2005, Madrid parecía la Roma imperial en su álgida decadencia, cuando Nerón la puso en una pira para reafirmar su inspiración artística. Entre atentados, incendios, accidentes y manifestaciones, el foro parecía la caldera de Pedro Botero en pleno carnaval. En ese invierno «caliente », que al tiempo fue crudo porque registró una nevada histórica el 23 de febrero, se churrascó del todo la dorada torre Windsor, pero poco antes había ardido parte del Palacio de Congresos y el Palacio de los Deportes, reconstruido e inaugurado ese mismo mes de febrero en que cayó la prestigiosa torre, sita entre la calle Orense y la Castellana, junto al Corte Inglés.
Los supersticiosos pensaron en un gafe o en la fija, siniestra y retorcida mirada de un tuerto, o en un desalmado con una mano negra de furibundo pirómano empeñado en hacerle la mejor propaganda a Madrid para su candidatura como sede olímpica para el 2012, que ya sabemos como acabó. El caso es que la capital ardía por los cuatro costados –exagerando un poco–.
El Windsor fue un edificio emblemático de la ciudad, obra de los arquitectos Genaro Alas, Pedro Casariego, Luis Alemany, Rafael Alemany, Ignacio Ferrero y Manuel del Río, y propiedad de la familia Reyzábal, cuyo patriarca, Julián Reyzábal, había muerto un año antes de su inauguración. La familia, con sus siete hijos al frente, los Reyzábal Larrouy, dominaba un vasto imperio inmobiliario colmado de edificios residenciales, oficinas, suelos y locales comerciales. Eran propietarios también de una línea de cosméticos, varias discotecas de Madrid –entre ellas, Xenon, Victoria y Cleofás, a la que sumaron la Windsor, en los bajos de la torre, una de las más famosas y concurridas de la capital–, una treintena de salas de cine repartidas por todo Madrid y una productora, Ízaro Films, que lanzó a Fernando Esteso y Andrés Pajares y produjo No desearás al vecino del quinto, Los bingueros o La Lola nos lleva al huerto, además de Marco Antonio y Cleopatra, con Charlton Heston; y trajo a España a Rambo, Por un puñado de dólares, etc.
De origen campesino, Julián Reyzábal era un hombre conservador y religioso que llegó a Madrid en los años 30 con una mano delante y otra detrás, después de una primera etapa en Bilbao, adonde había emigrado desde su pueblo natal, Caleruega (Burgos). Desde el principio, supo leer muy bien las oportunidades de su tiempo. Todo lo que ganaba lo invertía febrilmente en inmuebles y solares. Bajo los cines de barrio abría discotecas donde paraban los jóvenes del éxodo rural que querían sacudirse la presión social de los bailes de las casas regionales. Los terrenos del Windsor, que habían pertenecido a un internado, los había comprado a principios de los años 50, junto a otros en Azca y alrededores donde luego se levantarían el edificio Géminis y el edificio Bronce.
Así era el Windsor
El Windsor de su propiedad, que llevaba funcionando un cuarto de siglo y era el edificio más alto del complejo Azca hasta la construcción de la Torre Picasso, sufrió uno de los incendios más espectaculares y enigmáticos de los primeros años del siglo XXI, lo que propició el desmembramiento del imperio inmobiliario, en parte ya disgregado, y obligó a la Inmobiliaria Asón, madre de los negocios familiares de los Reyzábal y dueña del edificio, a vender en 2006 la finca y la propia inmobiliaria al Corte Inglés por 480 millones de euros.
Pero, veamos cómo era el magnífico edificio que devoraron juntos la negligencia y las llamas. Ubicado en Raimundo Fernández Villaverde 65, su proyecto data de 1974 y la realización abarcó de 1975 a 1978, siendo inaugurado en 1979. El edificio constaba de los siguientes elementos yuxtapuestos: torre de oficinas, locales comerciales, locales de espectáculos y sótanos para aparcamientos e instalaciones.
La torre de oficinas era, obviamente, el elemento más diferenciado y se le dio un tratamiento de extrema sencillez, con fachadas planas y modulación uniforme. El vidrio reflectante aligeraba su masa y la confundía con el cielo. Únicamente rompía su monotonía las plantas técnicas, que se aprovecharon en toda su altura para alojar elementos estructurales.
Los locales comerciales ocupaban las tres primeras plantas de la zona próxima a Raimundo Fernández Villaverde. Se diseñaron con un criterio más expresivo, horizontal, con grandes vuelos, variedad de planos y rompimientos producidos por cambios en las plantas por los accesos e intercomunicaciones peatonales que conexionaban con los correspondientes a los dos edificios próximos, creando claroscuros y transparencias. Aquí, el empleo del vidrio reflectante en los diferentes planos contribuía a dar mayor variedad volumétrica y más luminosidad a los pasos.
Los locales de ocio estaban ubicados en la zona interior del conjunto, con dos cines simétricos y, bajo ellos, una sala de fiestas, la afamada discoteca Windsor, de moda en los años 80. Frente a la entrada de los cines se construyó una gran escalera en un patio abierto, que comunicaba ambos niveles. Los sótanos para aparcamientos e instalaciones ocupaban la totalidad del solar y estaban conexionados a los dos niveles de la red viaria interior de Azca.
La causa probable del siniestro
Las causas del incendio de esta noble y singular infraestructura nunca fueron esclarecidos del todo. Supuestamente, una trabajadora dejó una colilla mal apagada en una papelera de la planta 21... Es la determinación final de los peritos, pero pocos se creen que fuera un accidente la causa apuntada en el atestado que aún hoy sigue siendo un misterio. El sabotaje era más verosímil considerando que la planta era de la consultora Deloitte, aunque otras también lo eran. Pero, de ser así, ¿qué indujo a provocar un incendio en un edificio en el que no hubo víctimas porque el siniestro se produjo la noche de un sábado y el coloso estaba vacío? Se barajó el robo de bienes o la sustracción de información, ya que algunas de las consultoras que ocupaban oficinas en el edificio siniestrado custodiaban información comprometida de banqueros y entidades financieras como el entonces banco Santander Central Hispano o Gescartera.
El día 31 de enero de 2006, el Juzgado de Instrucción número 28 de Madrid sobreseyó el caso al no apreciar responsabilidad penal. Sólo se pudo determinar un foco del fuego ubicado en un despacho de la planta 21, donde una trabajadora apagó un cigarrillo y luego se fue a su casa. Ella aseguró que había apagado todos los cigarros convenientemente y el magistrado la exoneró de responsabilidad.
Un descuido lo tiene cualquiera, eso ya se sabe. Más aún en el Windsor, donde al atardecer el espectáculo más allá de los cristales de la fachada oeste, con la sierra de Guadarrama de fondo, era tan impresionante que los jóvenes profesionales atrapados laboralmente en las tripas de la bestia financiera olvidaban por un momento su prosaico ajetreo diario. Alguno hasta podría haber olvidado apagar su cigarrillo.
Cuando se cumplieron 14 años del incendio, el 12 de febrero de 2019, el juez del «Caso Villarejo» en la Audiencia Nacional, Manuel García Castellón, reclamó al periódico digital Moncloa.com los documentos que había publicado sobre el incendio del Windsor y que lo vinculaban a un encargo al ex comisario para destruir pruebas comprometedoras para el ex presidente del BBVA Francisco González sobre la firma FG Valores. El ex comisario negó en ese momento tener relación con el incendio y aseguró que era «rotundamente falso» que se le hiciera «algún tipo de encargo, de entidad alguna o de persona alguna, para sustraer o destruir físicamente documentos albergados en el edificio». Cuando el río suena...
Por otra parte, varias fueron las hipótesis que circularon sobre los «fantasmas» que aparecían en un vídeo casero tomado por un vecino de la zona a las tres y media de la mañana, dos horas después de que los bomberos abandonaran el edificio al existir riesgo de colapso estructural: reflejos de otros edificios, personas que habían entrado para recuperar algo o los propios bomberos, aunque esto último fue negado por estos profesionales. El juez detalló que la ventana en la que aparecen las sombras con figura humana se puede ubicar en la planta 12. «Las sombras que aparecen no son producidas por un reflejo proveniente del exterior», según el juez, que añadió que «aunque se pudiera admitir la posibilidad de la presencia de personas en el interior del edificio en ese momento, no existe evidencia alguna de que ello pudiera haber tenido alguna incidencia en la causa o propagación».
El inicio del fuego en la famosa planta 21
A las 11’05 h de la noche comenzó el incendio, los bomberos recibieron el aviso un cuarto de hora después y en 4 minutos estaban en el tajo. Pese a ello, en 15 minutos el fuego ya devoraba la planta completa y una hora más tarde ardían las cuatro superiores a la 21, y las llamas siguieron avanzando porque no había grúas con suficiente altura para llegar con las mangueras tan arriba.
En la planta 21, el falso techo se le cayó encima a una decena de bomberos y algunos perdieron los equipos de protección. La situación era de alto riesgo, la visibilidad era nula y un bombero se desmayó al no llevar la mascarilla, siendo arrastrado por otros compañeros que lo bajaron para que fuera atendido por el Samur. Fue un momento crítico. Algunos se salvaron de milagro.
En pocos minutos quedaron atrapados siete bomberos en esa planta, otros dos en la 22 y tres en los ascensores, a pesar de lo cual se reorganizaron y volvieron a intentar atacar el fuego, que tenía una propagación rapidísima por la estructura del edificio, que era de 1974, un par de años antes de la normativa municipal contra incendios.
Dos horas más tarde de iniciado el fuego, a la una de la madrugada del domingo, un estruendo alertó de que cinco plantas de la parte superior del inmueble colapsaron, derrumbándose sobre las plantas inferiores, lo que ofreció más material para alimentar el fuego. Las altas temperaturas y el peso de los escombros de los pisos superiores terminaron por vencer parte de la estructura y de nada sirvió para detener el avance de las llamas la planta técnica, una plancha de hormigón situada en el piso 17 que separaba en dos la estructura. La altura, el viento y la propia construcción dificultaron mucho las labores de extinción.
Se dio la orden de evacuar porque las llamas lo arrasaban todo y estaba en juego la vida de los 20 bomberos que operaban dentro. Los equipos abandonaron el coloso y continuaron trabajando durante horas para impedir la propagación «sorprendente » del fuego, que fue bajando y consumiendo planta a planta todo el edificio y amenazaba a una parte del Corte Inglés, sito junto al rascacielos, a pesar de los esfuerzos de los más de 200 bomberos de diferentes parques que a las siete de la tarde del domingo 13 de febrero, es decir, 20 horas después de su inicio, dieron por extinguido el incendio, y a la una del día 14 decretaron un periodo de 48 horas de seguridad antes de acceder y hacer cualquier valoración preliminar; después siguieron otros dos días más en el lugar. Según los expertos, la rápida propagación de las llamas se debió a la cantidad de muebles y material de oficina que había en todos los pisos, y que complicó la intervención la ausencia de dos elementos clave: la compartimentación, que evita que se propaguen las llamas, y el apoyo de las instalaciones del edificio, pues el sistema automático de extinción de incendios se acababa de montar en la reforma pero no estaba operativo.
Interviene Ortiz Construcciones y Proyectos
Vencido tan importante desafío, y aunque aún no se había despejado la mayor parte de las incógnitas sobre el origen del suceso, que pudo ser trágico y permaneció en manos del juzgado un año, las autoridades y técnicos del Ayuntamiento de Madrid declararon la ruina y el procedimiento de «Acción inmediata», y decidieron acometer cuanto antes la demolición del edificio, cuya estructura central rígida de hormigón, que alojaba los núcleos de comunicación, escaleras y 10 ascensores en total, y su división en dos grandes cuerpos mediante las plantas técnicas T1, bajo la planta 4, y T2 bajo la planta 17, aguantó bien y de momento sostuvo al gigante.
El primer trabajo a realizar fue el desmontaje de la grúa torre Potain MD-85B que, si bien había resistido en pie la acometida de las temperaturas de casi 1000º, con su peso estaba ejerciendo presión sobre la estructura abrasada del frágil edificio y el riesgo de derrumbe era muy elevado.
Una vez se desmontara la grúa, el esqueleto de hormigón del edificio Windsor habría que reducirlo con métodos originales e inéditos entonces, hace casi cuatro lustros, y fue Ortiz Construcciones y Proyectos la firma responsable de la demolición porque era la empresa adjudicataria de la zona noroeste de Madrid desde 1985 –para el resto de zonas estaban designadas las firmas Coarsa, FCC y ACS-Dragados–, y en virtud de ese concurso debía responder a cualquier emergencia en el plazo máximo de una hora, todos los días del año.
La misma noche del incendio comenzaron a trabajar contando con la ayuda de Indag, la empresa de ingeniería del Grupo Ortiz, que se ocupó de la gestión técnica de los procesos de demolición y de la realización de un modelo matemático que les permitiera conocer, de forma más o menos precisa, el estado de la estructura y el comportamiento que podían esperar de ella. Unos días después, el Instituto Técnico de Materiales y Construcciones (Intemac) inspeccionó el edificio para obtener probetas que sometieron a numerosos ensayos. En total se estudiaron 21 probetas de plantas no dañadas y 6 de plantas dañadas. En los días siguientes se analizarían otras 22 procedentes de elementos desmontados.
Trabajo preciso, limpio y seguro
Fue el 26 de febrero cuando se firmó el acta de replanteo y comenzaron las operaciones especializadas para desmenuzar el monstruo, de cuya demolición se obtendrían 61.421,46 m³ de escombros, distribuidos en 24 plantas, desde la cuarta hasta la grúa sobre el torreón, con una superficie demolida de 21.749,95 m2. Otras 620 toneladas de elementos metálicos y 71.300 toneladas de hormigón y material cerámico se fueron acumulando en un punto limpio instalado dentro del perímetro de seguridad para luego distribuirlos a diversas plantas especiales de reciclaje con la idea de que buena parte de esos residuos pudieran ser aprovechados en trabajos de obras públicas.
El desescombro debía ser frenético y a contrarreloj y en este delicado proceso participaría de sol a sol medio centenar largo de operarios y técnicos que hicieron su labor en silencio y sin descanso, trabajando en tres turnos durante 6 meses y sin registrar ni un solo accidente. Nadie resultó herido, lo que resulta asombroso por la extrema dificultad que tiene trabajar en estructuras siniestradas.
La seguridad de personas y bienes se convirtió en una obsesión que condicionó el diseño del procedimiento y todas las decisiones que se tomaron apuntaban en la misma dirección: la seguridad de las personas, por lo que la regla sagrada fue «Trabajar siempre desde fuera». Este hecho y el buen ritmo de las obras demostró que el sistema de demolición elegido fue el más adecuado, aunque también un auténtico quebradero de cabeza para la empresa contratista.
Empezando por el hecho de encontrarse la torre en una zona densamente poblada, rodeada de edificios de viviendas, oficinas y centros comerciales, sobre un subsuelo agujereado con túneles y aparcamientos subterráneos y sobre una de las avenidas más transitadas de Madrid. Todo esto hizo que se desestimada desde el principio el utilizar la demolición con explosivos, técnica altamente eficaz para el derribo de edificios de gran altura y el método más económico y rápido en casos de estructuras de este tamaño, pero que requería la entrada de los trabajadores para colocar los explosivos y realizar cortes selectivos previos, y generaría importantes proyecciones sobre las zonas colindantes, densas nubes de polvo y la caída de escombros en las zonas contiguas al edificio, aspecto este último importante y negativo si la estructura se encuentra sobre túneles, como era el caso del edificio Windsor. Además, la torre estaba demasiado dañada y el menor fallo en la sincronización de las detonaciones provocaría que el edificio no fracturase según lo previsto.
Una demolición novedosa y especializada
La demolición con equipos mecánicos era la otra opción que quedaba disponible para proceder al derribo de la treintena de pisos hechos escombros. Pero las excavadoras con brazo de largo alcance para demolición permiten trabajar hasta los 35 metros de altura, y aunque hay equipos capaces de alcanzar los 50 metros, en este caso todavía hubieran faltando otros 50 metros de altura, que habría que demoler de alguna manera.
En el edificio Windsor tampoco fue posible el uso de demoledores aéreos por la posibilidad de que se proyectaran fragmentos al precipitar al vacío grandes bloques. Ni fue factible la demolición de arriba abajo con equipos mecánicos como miniexcavadoras con implementos de demolición como martillos hidráulicos y demoledores que desde el último piso de la estructura fueran destruyendo el edificio. La presencia de escombros inestables en las distintas cornisas y la propia inestabilidad de la estructura desaconsejaron desde el principio cualquier tipo de peso apoyado sobre el bloque para estos trabajos. Todos se consideraron riesgos inasumibles.
Por lo tanto, si no se podían utilizar explosivos, ni excavadoras de gran tamaño, ni máquinas pequeñas para ir descendiendo la estructura del edificio, únicamente se podía hacer la demolición por medio de equipos mecánicos que sin estar apoyados sobre el edificio procedieran a la demolición de la estructura. De esa manera, buscando reducir al mínimo los riesgos personales, los técnicos de Grupo Ortiz y otras empresas colaboradoras en la demolición: Grúas Usabiaga, Grúas Peninsular, Perfox, Hidrodemolición, Manzano e Hijos, Recuperaciones Pablo Sanza, AG Arribas Gonzalo, Zakos Andamiajes, RMD Kwiksorm Ibérica, Intemac e Indag (Grupo Ortiz), diseñaron el desmontaje mediante troceado desde el exterior y se ideó un sistema para suspender las máquinas de demolición dirigidas por control remoto de la marca sueca Brokk, facilitadas por Perfox, armadas de cizallas y martillos, sistema utilizado en otros países con maquinaria pequeña para demoliciones de chimeneas, depósitos de agua y estructuras de gran altura, que pudiera trabajar en las mismas condiciones con unos parámetros de seguridad elevados. El sistema fue patentado en 2009 con el título «Procedimiento de demolición de edificios por encima de su estructura».
El trabajo de las grandes grúas
Para este menester llegaron al tajo sus protagonistas: las grandes grúas. Se utilizaron dos equipos, uno en la fachada oeste y otro en la sur, formados cada uno por dos grúas: una para cargar y descender las piezas y la otra para portar la barquilla desde la que los trabajadores manejaron los robots por control remoto, realizando los cortes y dirigiendo las maniobras de la grúa de carga.
La empresa Demoliciones Usabiaga montó además una excavadora Liebherr 944 Litronic sin tren de rodaje dentro de una estructura metálica, a la cual estaba atornillada, que se elevó y se dejó suspendida sobre el edificio durante los trabajos de demolición mediante una grúa sobre cadenas de 750 toneladas de capacidad de elevación. El control de la excavadora y del implemento de demolición se realizó mediante control remoto.
La estructura metálica la realizó la empresa navarra Industrias Metálicas Calderería Areta, siendo las medidas de 10 x 5 metros. En su interior se colocó esta excavadora, una de las más utilizadas para las demoliciones convencionales, que tenía montada en la punta del balancín un demoledor con una fuerza de corte de 980 toneladas. En función del tipo de trabajo, se fue cambiando el demoledor para trabajos primarios o secundarios.
Usabiaga también encargó a la empresa Imca la construcción de un pulpo hidráulico de gran tamaño para la retirada de los escombros y la ferralla. El pulpo tenía un diámetro de 6 metros, una altura de 8 metros, un peso de 20 toneladas y una configuración de seis brazos abiertos. Su potencia como implemento permitió que fuera utilizado como cizalla en algunas situaciones.
Como grúa para el manejo de ambos equipos (la excavadora suspendida y el pulpo), Usabiaga utilizó una grúa Liebherr LR 1750, que fue configurada en la obra con 70 metros de pluma, 70 metros de plumín abatible y ballast trailer con 270 toneladas. También se instaló en la obra una Liebherr LG 1550, de la empresa Tecno Truck, para el descenso de piezas de gran tonelaje, configurada con pluma principal de celosía de 70 metros y 77 metros de plumín abatible con 200 toneladas de contrapeso. La LG 1550 fue elegida por sus buenas capacidades de carga, dada la dificultad de cálculo del peso de las piezas cortadas. Por último, Grúas Peninsular estuvo presente desde el comienzo de la demolición con una Liebherr LTM 1500 equipada con un plumín abatible de 84 metros de longitud y un contrapeso de 90 toneladas para labores de transporte de operarios, para corte y retirada de escombros.
La deconstrucción del edificio
El proceso de desmontaje, con diversas adaptaciones en las plantas técnicas y puntos especialmente conflictivos, fue sistemático y comenzaba con la limpieza de escombros en la planta utilizando los robots de Perfox por control remoto de la marca Brokk, distribuida en España por Anzeve. A continuación se sucedieron las siguientes fases:
Troceo de forjados. Tras el replanteo de los cortes a realizar, el robot ejecutó las rozas, cortando el hormigón y respetando las armaduras, y practicó los orificios para enganchar la pieza y en los que los operarios de la barquilla introducían los útiles que sostenía la grúa de carga. Una vez hecha esta operación, y tensando aproximadamente al 70% del peso de la pieza, se procedía a cortar las armaduras mediante oxicorte. Durante este proceso se iba ajustando la tensión en los cables de la grúa de modo que, cuando se cortaba la última armadura, la pieza quedaba gravitando. A continuación se izaba y se descendía la pieza.
Troceo de pantallas de hormigón. El procedimiento era el mismo pero sobre un elemento vertical: corte del hormigón, horizontal y vertical, mediante robot, ejecución de orificios, sujeción de útiles con tensión al 70% del peso estimado de la pieza y corte de armaduras. A continuación la grúa de carga izaba y bajaba la pieza.
Desmontaje de pórticos. En este caso se realizaban dos orificios para útiles de sujeción, uno en cada extremo de la viga y se demolía el hormigón de los pilares a la altura de 1 metro, dejando sólo las armaduras. Una vez tensionados los cables que sujetaban el pórtico, los operarios procedían desde la barquilla a cortar las armaduras una a una y alternando los pilares mientras la tensión en los cables se iba ajustando a los esfuerzos. Una vez cortadas todas las armaduras, el pórtico quedaba equilibrado y se bajaba de forma segura.
Esta es la sencilla descripción de un proceso extremadamente complejo y delicado, ejecutado en una estructura muy inestable y a una altura literalmente de vértigo. El desmontaje de la planta técnica T2 siguió idéntico procedimiento pero aplicado a inmensas vigas de hormigón de 3,20 metros de canto.
Cada paso del desmontaje se hizo con un cuidado extremo y adaptando los medios específicos a las características propias de la zona en la que se iba a proceder. La ingeniería más rigurosa asistida por la imaginación permitió bajar los ascensores colocando una cama de 9 metros de profundidad con neumáticos viejos. La misma que solucionó el problema de la planta 9 puenteándola de la 8 a la 10 para evitar solicitaciones a compresión a los retorcidos pilares de la fachada.
La torre Windsor en la memoria colectiva
Los trabajos de demolición avanzaron a un ritmo excelente y a mediados de julio las dos terceras partes del edificio ya no existían. El 30 de agosto de 2005, seis meses después del incendio y cuatro antes de lo esperado, se abría al tráfico la calle Raimundo Fernández-Villaverde. Desde la calle de Orense hasta el Paseo de la Castellana, el mobiliario urbano, el pavimento de calzadas y aceras y el ajardinamiento de todo el entorno aparecían renovados. La terrible silueta calcinada del antaño elegante Windsor había desaparecido para siempre del paisaje de Madrid. Los ciudadanos vieron cómo las labores de desescombro del Windsor acabaron con la pesadilla y con su historia.
Intemac, en las conclusiones de su informe tras el incendio, señaló que «el comportamiento de la estructura de hormigón (...) al enfrentarse a un incendio severo ha sido extraordinariamente positivo y claramente más favorable del que hubiera sido esperable por la aplicación estricta de la normativa vigente». Es inimaginable el daño que su colapso en llamas hubiera provocado.
Pero el Windsor no se derrumbó, hubo que desmontarlo y el trabajo se hizo deprisa, con seguridad y limpiamente. El ritmo vertiginoso y carente de incidentes provocó el interés de colegios profesionales y del mundo universitario de distintos países, como el Reino Unido y Japón, que quisieron conocer la técnica utilizada para importarla.
Su demolición la llevó a cabo un equipo humano muy competente con el mismo respeto, inteligencia y amor por la técnica que el demostrado por aquellos que en su día lo levantaron. Sobre sus cenizas, el Corte Inglés construyó la gran torre acristalada Titania, de 27 plantas, que alberga desde 2011 parte de su centro de Castellana.
El elegante rascacielos Windsor formó parte del sky line financiero de Madrid durante un cuarto de siglo (1979-2005). Sus 106 metros de altura fueron pasto del fuego, como antes lo habían sido de artistas y fotógrafos que inmortalizaron la mole en fotografías espectaculares, cuando desde el oeste se proyectaba cada tarde sobre los dorados cristales de su fachada la luz ababol del ocaso.
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